Sale en las noticias. La
iluminación para la boda de niña Aznar costó 32.542 euros, euro arriba, euro
abajo. Qué de luz. No cabe duda de que la novia estaría deslumbrante. Si es que
por esa suma yo les instalaba los focos antiaéreos de Montjuic, y aún me
sobraba para cafés, copas, puros, cubatas y la orquestilla sandunguera de mi
vecino Wilson.
Pero vayamos a lo importante.
Mamá Aznar, corroborando las palabras de ese yerno por cuyo nombre terminas
teniendo que escupir para pronunciarlo, ha comentado que es un regalo de boda, supongo
que para… deja que pruebe… agagsajar. El comentario ha sido tal cual, que si no
entrecomillo es por pereza, y constituye una aclaración que da robustez al
nuevo marco legal implantado por la doctrina Camps. En suma, todas estas cosas
son regalos. Repite conmigo: regalos. En este país no hay tramas de corrupción
ni leches; es que nos gusta regalar. Rollo cultural. Yo te regalo, tú me
regalas y, oye, si tras regalarle a tu amiguito del alma un yate, él va y te
regala un chalet, pues a eso se le llama intercambio de regalos y es una
costumbre milenaria que todavía practican las tribus amazónicas. Regalos de
cumpleaños, regalos de boda, regalos por la onomástica, regalos de Papá Noel y los
Reyes (magos o no), regalos de los padrinos el día de la mona, regalos de
comunión, mira tú, con tanto ajetreo no vas a ser tan maleducado de pedir
factura cada vez, venga ya. Y si uno tiene amigos generosos, a mí qué me
cuentas. Búscate mejores amigos, envidioso, que para eso están los pijos y los
ricos, para hacer gasto. No casaremos a la niña a la luz de una vela, por dios.
Ahora ya estoy impaciente para
que podamos fusionar la doctrina Camps con la inminente doctrina Cristina. Así,
si tu marido se llama Jack y por las noches llega ensangrentado, con un
cuchillo enorme en las manos y te regala una oreja, le das las gracias y sigues
mirando la tele.